Libros Gratis - El Hombre de la Mascara de Hierro
 
 
         

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remedio que explicármelo.
--Tal es mi deber, y lo cumpliré, monseñor, --dijo Aramis haciendo una inclinación con la cabeza,
--Pues empezad por decirme quién era mi ayo.
--Un caballero bondadoso y sobre todo honrado, a la vez preceptor de vuestro cuerpo y de vuestra alma.
De fijo que nunca os dio ocasión de quejaros.
--Nunca, al contrario; pero como me dijo más de una vez que mis padres habían muerto, deseo saber si
mintió al decírmelo o si fue veraz.
Se veía obligado a cumplir las órdenes que le habían dado.
--¿Luego mentía? --En parte, pero no respecto de vuestro padre.
--¿Y mi madre?
--Está muerta para vos.
--Pero vive para los demás. ¿no es así?
--Sí, monseñor.
--¿Y yo estoy condenado a vivir en la oscuridad de una prisión? --exclamó el joven mirando de hito en
hito a Herblay.
--Tal creo, monseñor, --respondió Aramis exhalando un suspiro.
--¿Y eso porque mi presencia en la sociedad revelaría un gran secreto?
--Si, monseñor.
--Para hacer encerrar en la Bastilla a un niño, como era yo cuando me trasladaron aquí, es menester que
mi enemigo sea muy poderoso.
--Lo es.
--¿Más que mi madre, entonces? .
--¿Por qué me dirigís esa pregunta?
--Porque, de lo contrario, mi madre me habría defendido.
Sí, es más poderoso que vuestra madre --respondió el prelado tras un instante de vacilación.
--Cuando de tal suerte me arrebataron mi nodriza y mi ayo, y de tal manera me separaron de ellos, es se-
ñal de que ellos o yo constituíamos un peligro muy grande para mi enemigo.
--Peligro del cual vuestro enemigo se libró haciendo desaparecer al ayo y a la nodriza, --dijo Aramis
con tranquilidad.
--¡Desaparecer! --exclamó el preso. --Pero, ¿de qué modo desaparecieron?
--Del modo más seguro, --respondió el obispo; --muriendo.
--¿Envenenados? --preguntó el cautivo palideciendo ligeramente y pasándose por el rostro una mano
tembloroso.
--Envenenados.
--Fuerza es que mi enemigo sea muy cruel. O que la necesídad le obligue de manera inflexible, para que
aquellas dos inocentes criaturas, mis únicos apoyos, hayan sido asesinados en el mismo día; porque mi ayo
y mi nodriza nunca habían hecho mal a nadie.
--En vuestra casa la necesidad es dura, monseñor, y ella es también la que me obliga con profundo pesar
mío, a decirss que vuestro ayo y vuestra nodriza fueron asesinados.
--¡Ah! --exclamó el joven frunciendo las cejas, --no me decís nada que yo no sospechara.
--¿Y en qué fundabais vuestras sospechas?
--Voy a decíroslo.
El joven se apoyó en los codos y aproximó su rostro al rostro de Aramis con tanta expresión de dignidad,
de abnegación, y aun diremos de reto, que el obispo sintió cómo la electricidad del entusiasmo subía de su
marchitado corazón y en abrasadoras chispas a su cráneo duro como el acero.
--Hablad, monseñor, --repuso Herblay. Ya os he manifestado que expongo mi vida hablándoos, pero
por poco que mi vida valga, os suplico la recibáis como rescate da la vuestra.
--Pues bien escuchad por qué sospeché que habían asesinado a mi nodriza y a mi ayo...
--A quien vos dabais título de padre.
--Es verdad, pero yo ya sabía que no lo era mío.
--¿Qué os hizo suponer?...
--Lo mismo que me da suponer que vos no sois mi amigo: el respeto excesivo.
--Yo no aliento el designio de ocultar la realidad. El joven hizo una señal con la cabeza y prosiguió:
--Es indudable que yo no estaba destinado a permanecer encerrado eternamente, y lo que así me lo da a
entender, sobre todo en este instante, es el cuidado que se tomaron en hacer de mí un caballero lo más
cumplido. Mi ayo me enseñó cuanto él sabía, esto es, matemáticas, nociones de geometría, astronomía es-
grima y equitación. Todas las mañanas me ejercitaba en la esgrima en una sala de la planta baja, y montaba
a caballo en el huerto. Ahora bien, una calurosa mañana de verano me dormí en la sala de armas, sin que
hasta entonces el más pequeño indicio hubiese venido a instruirme o a despertar mis sospechas, a no ser el
respeto del ayo. Vivía como los niños, como los pájaros y las plantas, de aire y de sol, por más que hubiese
cumplido los quince.
--¿Luego hace de eso ocho años?
--Poco más o menos: se me ha olvidado ya la medida del tiempo.
--¿Qué os decía vuestro ayo para estimularos al trabajo? --Que el hombre debe procurar crearse en la tierra una fortuna que Dios le


 

 
 

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